miércoles, 21 de noviembre de 2007

ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA DESDE UNA VISIÓN BIOLÓGICA

Luis Manuel Durán Cornelio
Antropología filosófica desde una visión biológica


Me gustaría iniciar este pequeño ensayo, partiendo de una frase que Pannenberg toma de J. Buytendijk, frase que por su veracidad y por su fuerza interpretativa, coloco en el inicio de mi discusión filosófica, sobre qué fuerza tiene la biología (los instintos, la parte animal del ser humano) sobre el ser humano y hasta qué punto es válido afirmar que “es posible interpretar al hombre a partir de su corporalidad, o sea de su conducta observable”. La frase de Buytendijk es la siguiente: El hombre “…ya no está vinculado a sus impulsos, ni al mundo circundante, sino que es libre frente al mundo circundante”.[1] Qué de verdadero o de falso tiene esta frase, ¿hasta qué punto es el ser humano “libre de sus impulsos” y de su mundo circundante?

Pannenberg plantea que los impulsos instintivos pueden ser inhibidos por la persona y que esa inhibición libre del instinto, da prueba precisamente, y cita a Scheler, de “lo que hace al hombre ´hombre´”. Nos encontramos frente a uno de los planteamientos que la antropología filosófica cuestiona al querer dar una respuesta a la pregunta fundamental ¿qué es el ser humano?, me refiero al agregado de ¿qué diferencia al ser humano de los demás animales? Shceler es un defensor de esa marcada diferenciación, característica de aquél “animal” que es capaz de dialogar, controlar, e inclusive, inhibir sus propios instintos, en beneficio, o más aún, en perjurio propio, en contraposición de los demás animales. Sin embargo existe toda una corriente del pensamiento antropológico que discrepa de esta idea.

La teoría evolucionista, encabezada por Charles Darwin, que toma como punto de partida “la selección natural”, tomándola como motor y guía de los cambios biológicos producido en los animales, incluyendo al ser humano, hace notar que el ser humano no difiere de los animales inferiores, sino que todas sus características peculiares son más bien únicamente variantes de formas de vida y comportamiento de animales. Es de saber, según los evolucionistas, que ni siquiera una característica tan compleja como la inteligencia, es un fenómeno “exclusivo” del ser humano, ya que se encuentra incoativamente en muchos animales de parentesco cercano a nosotros. Bajo este mismo pensamiento se inscribe John B. Watson, el investigador de la sicología animal, que pretendía hacer sicología con los medios objetivos de las ciencias físicas, planteando que era necesario exigir y “restringir la investigación al análisis de la conducta en términos de estímulos y reacciones”.
¿Cuál es la trascendencia de los planteamientos antropológicos que proponen la teoría de la evolución junto con la corriente conductista? Es probable que pensemos que el alcance científico “aún no demostrable” de muchos postulados evolucionistas, que provoca sombra a las ideas planteadas sobre el ser humano, sea la espinita que lastima a muchos antropólogos, teólogos y filósofos del mundo intelectual. Sin embargo, eso no es del todo cierto, ya que si algo es seguro, es que este grupo de intelectuales, detrás de cada rincón oculto tratan de desvelar una “imagen” de ser humano que explique el “todo” de la conducta humana y de las relaciones socio-culturales actuales, a pesar de que otros nieguen dichos postulados. Entonces, qué es lo que toca la teoría evolucionista. Ya lo hemos contestado y comentado en clases, la IMAGEN que se tenía del ser humano, desde la antigüedad hasta la edad moderna, es echada al desván con postulados que incluyen dentro de la “selección natural” a la raza humana, como un grupo más en la enorme ruleta de la madre naturaleza, que elige exclusivamente a los mejores adaptados del grupo de los inadaptados. Este bombardeo evolucionista hacia la imagen teológica del ser humano, también salpica a la imagen de “homo sapiens”, esa imagen de animal racional, digno y exclusivo entre los demás seres, por el hecho mismo de ser capaz de razonar y de cuestionarse sobre su propia existencia.

“El hombre no difiere fundamentalmente de los animales inferiores”[2], plantea la tesis conductista, afirmando así que nuestro comportamiento no es más que simples variantes de formas de vida y comportamiento animal. Sin embargo, a pesar de que la Antropología Filosófica reconozca que es lícito interpretar al ser humano a partir de su corporalidad y de su conducta observable, Scheler y Gehlen en oposición al conductismo, reconocen en el ser humano un “puesto señero” que domina la vida animal. Esta posición especial es denominada con la noción de apertura al mundo. ¿Y qué es lo que el conductismo y el evolucionismo han echado a un lado al intentar describir la imagen del ser humano? Pues han obviado que dicho ser, como plantea Scheler, en tanto persona, “es un ser espiritual” y su espiritualidad “no es derivable del marco biológico dado a su existencia”. Es decir, como comentaba al inicio de este pequeño ensayo, citando a Scheler, el ser humano es capaz, a diferencia de otros animales, de inhibir sus propios instintos, aún en perjurio propio, sin embargo, este puesto señero no es un salto abrupto, dice Herder, sino que tiene él mismo el carácter de una historia “en la que el hombre se encuentra a sí mismo y alcanza su naturaleza específica”.

¿Por qué, finalmente vuelvo a preguntar, es tan perturbador para el ser humano verse inmerso en un mundo (evolucionista) que intenta explicar desde el conductismo y la mera sicología lo que él es o lo que pudiera llegar a ser? ¿Por qué nos resulta incómoda la idea de pensar en una explicación que desde la “razón” no nos distinga o separe de los demás seres, sino que nos cuente como uno más de la gran lista de animales que cambian y se adaptan, luchan y exterminan a otros, porque nos hemos visto forzados a luchar por la supervivencia? Para contestar a tales interrogantes y en forma de conclusión, voy a tratar de cuestionarme a mí mismo e intentar responder como antropólogo filosófico. Para eso intentaré imaginar que me encuentro ante el gran tribunal de la “razón humana”, que anda siempre en búsqueda de absolutos y de respuestas cada vez más universales, contestando una pregunta hecha por evolucionistas y conductistas.

- ¿Por qué les trastoca las entrañas cuando les incluyen en ecuaciones matemáticas, que desde la causa y efecto intentan explicar lo que son y lo que tal vez no podrían ser? ¿Por qué no pueden conformarse con aceptar que son unos más de la larga cadena evolutiva que explica el origen de las especies?
- Y yo contesto - No es el hecho de que nos neguemos a afirmar que nuestra conducta se limite a estímulos y reacciones al medio, no es el intento de que presuman haber “demostrado” que nuestra existencia ha respondido más a la causalidad de una serie de acontecimientos climáticos, o mecanismos en búsqueda de defensa, que provocaron que nos apeáramos de árbol y comiéramos de los tubérculos prohibidos, no es porque nos hayan permitido ver que siete días no son literalmente ciento sesenta y ocho días de creación, ni que nuestros padres nunca tuvieron nombres como Adán y Eva, no es tampoco, la desilusión de habernos sentido con la respuesta a la pregunta sobre el origen por más de veinte siglos, para que ustedes nos hayan echo ver, con algunos años de estudio y de ciencia que no estábamos en lo correcto, no, no es eso, lo que nos deja intranquilos, lo que nos afecta y nos remueve en lo más profundo, es la inseguridad que puede sentir un ser completamente trascendente, como el ser humano, cuando se intenta demostrar que su misma trascendencia no responde a ningún fin específico y mucho menos, a un propósito designado por un “alguien” en el cosmos. Lo que realmente nos trastorna, es la inseguridad que puede sentir “un mono desnudo” cuando se da cuenta que a pesar de usar tapa rabos y ropas, es realmente eso que ustedes afirman, un mono, que además de desnudo, no hace mucho que se bajó de la mata. Muchas veces, en un mundo excluyente y materialista, demoler las respuestas que le daban seguridad a nuestra existencia, no hace más que tambalear todo el sistema que con mucho trabajo hemos construido y que por si fuera poco, nos ha proporcionado seguridad y protección, por mucho tiempo en la historia.
Sí, es cierto, somos monos desnudos que no hace mucho nos bajamos del árbol, pero también es cierto, que somos más que eso y que nuestra existencia no la pueden y nunca podrán explicarla desde esquemas tan simplistas y biológicos, como en el que ustedes pretenden limitar nuestras acciones y pensamientos. Sí, somos conducta, pero también somos inhibición a esa conducta, somos más que cálculos que puedan predecir qué haríamos en el futuro, porque el futuro somos nosotros y la última decisión sobre el futuro, siempre la tenemos nosotros. Somos, finalmente, trascendencia y espacio para la trascendencia misma, somos seres creados y libres, capaces de inclusive aceptar o negar, eso en lo que nosotros creemos como respuesta a nuestro fin.
[1] PANNENBERG, Antropología en perspectiva teológica, Sígueme, Salamanca, p. 43
[2] Ibíd., P. 35

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