miércoles, 21 de noviembre de 2007

EL GENDARME NECESARIO, Laureano Vellenilla Lanz, Comentario

A pesar de lo muy avanzada que se pueda decir que se encuentra nuestra sociedad, y que miles de años de historia, revoluciones, guerras, genocidios, sistemas esclavistas y de explotación han desembocado en un camino, la democracia moderna y el capitalismo, marcando estos una alternativa posible para la correcta gobernabilidad de los estados-naciones. A pesar de ello, la historia, que suele reírse, deviniendo en acontecimientos que salen del marco de lo predecible, nos ha demostrado que dichos sistemas, en sí mismos, no implican una completa solución a los problemas sociales, y que aún habiendo nosotros conquistado con la razón y la civilización a la barbarie, no siempre es posible gobernar desde la racionalidad y desde los derechos constitucionales. Vallenilla nos plantea “que existe siempre una necesidad fatal”, una respuesta severa ante el incumplimiento de las leyes, ante el estado de sitio y ante “la crisis horrorosa”, esa respuesta es lo que él llama, “El Gendarme necesario”. ¿Quién o qué es ese gendarme? Es la mano dura, que desde el ojo que todo lo ve y por las vías de la opresión y el silenciamiento, inspira el temor y por el temor mantiene la paz, es el caudillo, el jefe, el dictador, el cabecilla del grupo armado, el líder único en su especie, otorgado con la capacidad de llevar a su país, a pesar del momento de crisis, hacia adelante. Son algunos ejemplos en América Latina: el argentino Juan Manuel de Rosas (1829-1852), el venezolano José Antonio Páez (1830-1863), el mexicano Antonio López de Santa Anna (1821-1855), el guatemalteco Rafael Carrera, y como dejar de mencionar, en el período de la Primera República, en República Dominicana, a Pedro Santana y Buena Ventura Báez, (1844-1878 ambos en períodos alternados) y durante el siglo XX a Juan Vicente Gómez, en Venezuela; Rafael Leónidas Trujillo, en la República Dominicana; o Anastasio Somoza Debayle, y, especialmente, su padre, Anastasio Somoza, en Nicaragua y cómo no, actualmente, en la gran Venezuela Bolivariana, a su actual presidente constitucional, Hugo Chávez, (1999-¿???).

La historia Latinoamericana, que desde el inicio del proceso de emancipación, marcado desde 1808 hasta 1926, proceso que afectó la casi totalidad de los territorios americanos gobernados por España, estado marcada por la presencia del caudillo como la única fuerza de conservación social imperante. Lo interesante del caso, visto desde el planteamiento de Vallenilla, es que haciendo un estudio exhaustivo de la historia, y en este caso, como lo hace él, desde la mirada de Venezuela, se podría llegar a asegurar que dicho fenómeno político, dicha forma de gobernar y dirigir la nación, es y fue, en un momento puntual de la historia un hecho, no solamente necesario, sino único, para que la incipiente nación pudiera salir adelante después de las más salvajes luchas internas, entre bandidos, ladrones y vagos, en búsqueda de refrenar la anarquía, establecer el orden e imponer el respeto a la autoridad, para poder encaminarse, realizada ya la independencia, hacia la conservación social.

El 15 de diciembre de 1812 Bolívar publica la denominada Memoria a los ciudadanos de Nueva Granada, por medio de la cual invitaba a éstos a acompañarlo en la liberación de Venezuela, tras explicarles cuáles fueron las causas del fracaso republicano y enumerando, entre otras cosas, la adopción del un sistema tolerante, la disipación de las rentas públicas y la implantación del sistema federal, decía: “Estamos en una crisis horrorosa, no ha quedado en la República más que un punto de apoyo, y este mismo punto ha sido atacado por todas partes”. La independencia había creado las nuevas nacionalidades hispanoamericanas, sin embargo éstas tenían un problema fundamental, definir su personalidad y trazar su itinerario de futuro. ¿Cuáles son - nos preguntamos -, las condiciones político, sociales y económicas, que permiten, que en casi la totalidad de Latinoamérica surja, como “única” respuesta a la inestabilidad política en los países recién emancipados, este gendarme necesario, éste artífice y enigmático ser, cautivador de las masas y capaz, por sus cualidades, no sólo discursivas sino, y por qué no admitirlo, administrativas y políticas, de sacar hacia adelante la nación incipiente? Las razones han sido estudiadas, y sabemos, que a los años siguientes a la emancipación, siguió un prolongado período de conflictos, que generalmente desembocaba en guerras civiles. Cada sector y cada región, manifestaba, no sólo sus tendencias, sino su capacidad para imponerlas a los demás. Es el caso de nuestro país, R.D., donde desde la Primera República, vemos latente la lucha entre conservadores, pro-anexionistas, y liberales, pro-independentistas, estos últimos firmes en la esperanza de un país, de una República capaz de gobernarse así misma.

A raíz de estas luchas internas, con sus distintos matices en cada región del continente, comenzó un avance hacia la anarquía, hacia algún tipo de organización fundada, a veces, en la fuerza hegemónica de uno de los grupos y, otras, en la actitud de transición que surgía tras largos enfrentamientos. Esa inestabilidad social prestaba un valor casi mágico a las constituciones. Pero lo que parecía el fin de un conflicto se convertía con frecuencia en el comienzo de otro. Es de entenderse, a raíz de tales conflictos, que la credibilidad en el estado, en las instituciones públicas, en la constitución, carecían de peso, en comparación a la fe infundada del pueblo en esos líderes individuales, en esos hombres fuertes, en esos, explicados anteriormente, caudillos- militares, representantes de los intereses puntuales de un grupo de la sociedad, pero con la aprobación y admiración del pueblo.

¿Será correcto, al analizar los acontecimientos históricos del pasado, señalar con la vara ilusa de la certeza, de gendarme necesario a esos líderes despóticos y autoritarios? ¿Será cierto, como señaló Simón Bolívar, que “culpa no fue del caudillo, sino de la falta de cultura, de sentido práctico y de sentido histórico de la época”? ¿Sería lícito afirmar, por poner un ejemplo más cercano a nosotros, que República Dominicana, no fue lo que actualmente es, hasta que una mano dura como la de Trujillo, no le dio carácter de propiedad e identidad, a áreas tan vitales para una nación como lo son el arte, la educación y su soberanía en su espacio nacional, que marcan, como no lo hacen otras áreas del saber la identidad de los pueblos en general? Más sencilla la pregunta ¿Cuánto habrá de cierto cuando nuestros abuelos afirman “aquí lo que hace falta es un Trujillo pa` resolver esta situación”?

Jugar a juzgar la historia es una tarea muy poco atinada, al analizar cada acontecimiento histórico, no debemos vislumbrar el hecho puntual, no debemos mucho menos sacarlo de su contexto en particular, y mucho menos, atribuirle el calificativo de necesario a hechos o a personajes del pasado, que, como dije anteriormente, responden a una época y a un período en particular.

Es como leí en una ocasión, en uno de esos artículos publicados en internet, que por estar en algún diario digital de prestigio internacional, poseen cierta “credibilidad” que no poseen otros tantos artículos publicados en la web. Decía algo así: períodos históricos en los que el hombre ha abusado de sus semejantes, han sido necesarios, para que hoy en día podamos entender los Derechos Humanos, como en este siglo de la ciencia lo hemos hecho. (elmundo.es). Yo no creo que hayan hechos necesarios, ni la esclavitud fue necesaria para la abolición de la misma, ni dos guerras mundiales son necesarias para la paz, o para una coalición de Naciones Unidas. Ni un Trujillo es necesario para impregnar identidad a un país, y ningún caudillo, por más reconocido que esté hoy en día (valga mencionar la cantidad de monumentos, calles, ciudades, etc., que poseen el nombre del libertador en Latinoamérica)[i]y que haya usado los medios necesarios para lograr sus fines, es eminentemente necesario y justificable para ser convertido en líder de la patria, por sus acciones gloriosas, que al parecer, borran como las olas en la arena del mar, las atrocidades cometidas en el pasado.

Somos herederos de sistemas con una democracia de bolsillo, y muchas de las razones apuntan a nuestra forma de entender y aprender de la historia. Los acontecimientos deben ser juzgados con el ojo crítico del que estudia y analiza la historia para que no se vuelvan a cometer los mismos errores, y para que las futuras generaciones entiendan que aunque la democracia es un ideal, sigue siendo ante todo, un ideal que busca complacer los ideales del pueblo, aunque muchas veces los intereses de grupos poderosos sigan estando representados democráticamente en los gendármenes necesarios, perdón, quise decir en los presidentes constitucionales.
[i] Bibliografía
Lynch, John. Las revoluciones hispanoamericanas. 1808-1826. Barcelona: Editorial Ariel, 4ª ed., 1985.
Martínez, Nelson. Simón Bolívar. Madrid: Ediciones Historia 16 y Quorum, 1986.
Vallenilla, Laureano. Cesarismo democrático, Eduven, pp. 138-155

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