jueves, 5 de junio de 2008

Don Quijote nos descubre la modernidad y su hechizamiento en Totalidad e Infinito, Lévinas

Totalidad e Infinito describe la epifanía del rostro como un
deshechizamiento del mundo
Emmanuel Lévinas
[1]

Lévinas, en su hermosa introducción a la versión castellana de Totalidad e Infinito, considera que la aventura del rompimiento totalizante conduce al exterior sin que sea posible escaparse de la responsabilidad que esto supone. Esto no es un pensamiento puramente especulativo, sino que en última instancia, “no puede ser desconocida para los lectores de lengua castellana”, ¿y por qué no? Sencillo, Lévinas apela a que somos herederos de la obra maestra de la literatura castellana, el Quijote de Cervantes, ya que esta “no sólo es la comedia trágica del idealismo temerario en lucha contra la mediocridad triunfante de la lucidez realista”, sino que allí “el tema del hechizamiento de lo real o de una vasta mascarada de la apariencia que dormita en todo aparecer la atraviesa de una parte a otra”.

En la referencia que Lévinas nos hace del Quijote, destaca el capítulo 48 de la primera parte de la novela, en la cual, el mismo Don Quijote sufre en su persona cierto “encantamiento”, cuando hecho prisionero es llevado a su casa en una jaula. Sancho Panza explica a Don Quijote, que en su desgracia hay más malicia que encantamiento y que el cura y el barbero de su pueblo natal lo acompañan en ese retorno. A lo que don Quijote responde:

Los que me han encantado habrán tomado esa apariencia y semejanza; porque es fácil a los encantadores tomar la figura que se les antoja, y habrán tomado las destos nuestros amigos para darte a ti ocasión de que pienses lo que piensas y ponerte en un laberinto de incerteza, que no aciertes a salir dél, aunque tuvieses la soga de Teseo (…) ¿Qué quieres que diga o piense, sino que la manera de mi encantamiento excede a cuanto yo he leído? (De Cervantes, p. 462). [2]
Lévinas pone de manifiesto que nos encontramos en un mundo que hemos encantado y hechizado con pretensiones omni-comprensivas de verdad, sin saber a “ciencia cierta” si aquello que decimos de la realidad es realmente cierto. Es por eso que él plantea que todo aparecer del ser puede ser una posible apariencia y que la manifestación de las cosas – los fenómenos – pueden presentar el efecto de una cierta magia.

Para nuestro filósofo Don Quijote formula de manera espléndida la modernidad de su encarcelamiento. Y es que para Lévinas esta inmersión en un laberinto de incerteza que atrapa con rostros enmascarados “con el entendimiento vacilante y sin juicio sobre las causas del mal”, son las características fundamentales de la tradición filosófica occidental.
Continuando con la obra de Cervantes, en un momento el Quijote le dice a Sancho: que aunque hayan diversas formas de encantamientos, que con el tiempo cambien de forma, y que suceda hasta que los encantadores hagan todo lo que él hace, él reconoce que hasta él mismo podría estar encantado. ¡Tremenda afirmación de don Quijote! Afirma Lévinas, destacando que en Don Quijote ya la certeza de este encantamiento es desencantamiento pero que a pesar de ello no se asemeja al cogito cartesiano pues esta no está hecha de una simple reflexión del pensamiento sobre sí mismo.

¿Reconocería la conciencia su propio hechizamiento mientras está perdida en un laberinto de incerteza y su seguridad sin “gran escrúpulo” se asemeja al embrutecimiento? ¡Locura de Don Quijote! ¡A menos que la conciencia petrificada por los encantos y sin escuchar la llamada de los afligidos no lo entienda todo del mismo modo! A menos que no exista una sordera capaz de sustraerse a su voz. A menos que la voz de los afligidos sea el deshechizamiento mismo de la ambigüedad en que se despliega la aparición del “ser en cuanto ser”.[3]
El laberinto de la incerteza, como plantea Lévinas, ha intentado explicar fallidamente a través de discursos totalizantes y universales al ser humano a través de una razón universal, un tiempo absoluto y una experiencia-objetiva; “meta-relatos totalizadores que contienen la subjetividad a través de categorías formales o teóricas”.[4] ¿Será posible que el ser humano no se deje absorber por su propio conocimiento y que atrapado en mundos que le presentan una realidad, que más bien es un constructo de un mundo fenoménico, pueda salir de tales laberintos?
[1] Ibídem.
[2] Ibídem, P. 10
[3] Ibídem, (1977). P. 11
[4] Juan Aguirre y Luis Jaramillo, (2006).

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