jueves, 5 de junio de 2008

Rotura de la totalidad en Emmanuel Lévinas

La exterioridad absoluta de la metafísica y su imposibilidad de ser reducida a un simple deseo está supuesta, si no demostrada, por la palabra que trasciende. Para Lévinas el movimiento metafísico es trascendente y su característica formal, ser Otro, es su contenido. De tal modo que no existe una totalización entre el metafísico y lo Otro, puesto que lo metafísico está absolutamente separado.

Hablemos entonces de este ser que desea y anhela lo metafísico. Como habíamos planteado anteriormente, Lévinas se refiere a ese yo que posee la identidad como contenido pero que no es un ser que permanece siempre él mismo, es más bien el ser cuyo existir consiste en identificarse, en recobrar su identidad a través de todo lo que le acontece. El yo, piensa, se escucha pensar o se espanta de sus profundidades y para sí, termina siendo otro. Pero el yo realmente es el mismo ante esta alteridad.

En esta parte, en Totalidad e Infinito, Lévinas se remite a Descartes el cual había fundamentado su prueba de la existencia de Dios en la presencia del sujeto, en la idea de Infinito cuyo autor nunca puede ser él mismo pero que es como una huella en él de su trascendencia. Lévinas retoma dicha idea pero hacer notar que ese ser que no se puede abarcar y que mantiene en mí la idea de Infinito es precisamente el Otro.

La metafísica, entendida como relación con la exterioridad, o en otras palabras, con la superioridad, indica en contraposición a lo que se podría pensar, que la relación entre lo finito y lo Infinito no consiste, para lo finito, en absorberse en lo que le hace frente, - evidente crítica a Heidegger – sino en seguir siendo su propio ser, en mantenerse aquí, en actuar en este mundo.
El gozo, surgido por un Deseo insatisfecho, es partícipe de una relación análoga a la trascendencia. Analogía que es “similitud desemejante”. Similitud en cuanto a que la relación gozo-Infinito se da en la existencia de separación respecto de aquello que se vive y al mismo tiempo de relación con ello, de dependencia e independencia a la vez. La disimilitud se da en el hecho de que el yo no accede a lo Otro mediante el gozo porque su iniciativa es siempre indentificativa y este auto-centramiento le impide acceder a algo fuera de sí. Muchos autores contemporáneos consideran loable el pensamiento de Lévinas pero mantienen clara resistencia al mismo. Ante esta rotura de la totalidad surgen diversas interrogantes: ¿está bien fundamentado este propósito? ¿No es un intento problemático? ¿Ha entendido Lévinas correctamente la racionalidad especulativa? ¿No se exige demasiado de la fragilidad humana al pretender que sea responsable de todo el universo? ¿Su propuesta no es perfectamente incluible en el logos griego? García González, por ejemplo, considera que la crítica levinasiana al subjetivismo no puede llevarnos hasta el rechazo de la propia subjetividad ya que en última instancia la iniciativa propia, y no sólo la entrega generosa a la satisfacción de necesidades ajenas, puede ser en ocasiones muy beneficiosa para el Otro. Para Gonzáles, Lévinas no debería desconfiar tanto del “supuesto egoísmo de uno mismo”, de su deseo totalizante, porque en cierta medida, diría yo, es parte íntegra de la fragilidad que implica ser humano.

A pesar de las críticas, válidas desde diversos puntos de vistas, continuamos nuestro recorrido viendo cómo a raíz de este Deseo que busca satisfacerse erróneamente mediante el gozo, se nos irán abriendo las puertas para descubrir el rostro del Otro y comprender mejor el fundamento de una antropología que reconoce en primera instancia la existencia del Otro, no por descubrimiento o develamiento sino por revelación.

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