miércoles, 21 de noviembre de 2007

LA MUERTE, Carlos Valverde

LA MUERTE
Carlos Valverde

Hablar de la “muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar”[1], desde un sentido antropológico y filosófico, implica sumergirse en una de esas encrucijadas en las que, aunque somos plenamente consientes de que la respuesta no nos será dada en plenitud, no somos partidarios a quedarnos sentados ni mucho menos a conformarnos con un solo punto de vista, sino que luchamos arduamente por buscar una respuesta, que aunque no sea la última palabra a nuestros interrogantes, es, por así decirlo, un descanso momentáneo aunque no duradero para la razón.
Para hacer un enfoque más centrado, he decidido escoger exclusivamente el tema de la muerte, tocado por Valverde, en “Antropología Filosófica”[2], y aunque el tema del dolor, no puede ser desplazado si se quiere hablar sobre la muerte desde un punto de vista antropológico, ya que para el ser humano, ambos caminan tomados de la mano, lo trataré con menor fuerza, por motivos de objetividad y comprensión.
Me parece prudente, antes de iniciar, dar un pequeño vistazo a la muerte desde un punto de vista eminentemente fisiológico. El concepto concerniente a qué constituye la muerte, varía según las culturas y las épocas a través del tiempo. En las sociedades occidentales, la muerte es considerada como la separación del alma del cuerpo, y como el alma, según esta tradición, carece de manifestación corpórea, su partida no puede ser determinada objetivamente. De esto desprende que muchos hayan determinado la respiración como signo indeleble de la muerte. Muchos piensan que la muerte se produce cuando los signos vitales, respiración y circulación, se detienen, pero debido a los avances científicos este punto de vista se ha puesto en duda, pues es posible mantener la respiración y función cardíaca mediante métodos artificiales. Es entonces donde el concepto de muerte cerebral ha ganado mayor aceptación. La pérdida irreversible de la actividad cerebral es el signo principal de la muerte. Pero nuevamente, este concepto, al igual que el anterior, es puesto en tela de juicio, ya que una persona puede perder toda capacidad para ejercer su actividad mental superior y mantener, sin embargo, sus funciones cerebrales inferiores, como la respiración, en función. Es por eso que algunas autoridades en la materia plantean que la muerte debe ser considerada como “la pérdida de la capacidad para la interacción consciente o social”[3], la muerte, según este principio, es la ausencia de actividad en los centros cerebrales superiores, principalmente el neocórtex.
Cabría preguntar, bajo esta breve evolución del concepto de “muerte”, ¿quién o quiénes establecen el criterio de muerte? Si la ausencia de actividad en los centros cerebrales superiores es nula, ¿es lícito “desconectar” a un paciente en estado vegetativo? ¿Tiene derecho el paciente o sus familiares a elegir si decide vivir o no? Es curioso ver como partiendo desde un discurso meramente técnico, en busca de la definición de muerte, concluimos fácilmente en un discurso ético, moral y filosófico, y es que, curiosamente, resulta casi imposible referirse a este tema, sin entrar en discusiones que atañan fuertemente el discurso antropológico. Como diría Schopenhauer: “la muerte es el verdadero genio inspirador de la Filosofía”.
Como plantea Carlos Valverde, la muerte es “el acontecimiento más dramático y decisivo de la vida de una persona”. Es una realidad de la que sabemos, no podemos escapar, realidad que nos atemoriza, nos llena de dudas e incertidumbre, y nos llena de preguntas, que por más que abordemos, nunca estaremos seguros de la certeza de las respuestas. ¿Por qué morir? ¿Qué sentido tiene la vida si termina toda ella en el fracaso ineludible de la consumación de todas las realidades a las que puede alcanzar el ser humano? ¿Realmente existe algo que nos espera después de la muerte? Preguntas, que ya lo decía Kant, la razón humana no puede evadir o ignorar.
Es la muerte, en sentido filosófico, un problema, si es correcto llamarle problema, exclusivo del ser humano, pues este es el único ser consiente de que va a morir y consecuentemente, el único ser que sufre la incertidumbre y el desasosiego de aquello que no puede asimilar o que no puede comprender. Vamos a intentar, de la mano de Valverde, dar una vista de pájaro al pensamiento de algunos prominentes filósofos, que cuestionados por la pregunta sin aparente respuesta, expresan la angustia o la incertidumbre de su sentir mediante sus escritos, para ayudarnos de esa forma a ir tomando nuestras propias respuestas.
De la fragilidad a la que nos vemos sometidos cuando nos toca la muerte no escapa inclusive, ni el “superhombre” de Nietzsche, quien en una búsqueda de eliminar tal contingencia ha recuperado el mito griego del eterno retorno. Distinto esto, a los postulados de Sartre y Camus, quienes desde un existencialismo pesimista, no ven sentido alguno a la vida, ya que la conclusión final de la misma es la completa aniquilación de nuestras posibilidades. En el mito de Sísifo, plantea Camus que la única lógica del ser humano es el suicidio, pero tal suicidio sería una huída, es preciso luchar, arrastrar la roca hasta el final de la montaña aunque sea sin una esperanza definitiva. Heidegger, en Ser y Tiempo, observa la muerte, en cuanto fin del “ser ahí”, como la posibilidad más propia y absoluta, y como indeterminada e insuperable del hombre. El ser humano auténtico, se da la cara frente a la realidad sin escape que significa la muerte, y afronta la vida con conciencia de que es en la muerte donde confluyen todos los proyectos y esperanzas de un ser que lucha por vivir pero que no está diseñado físicamente para la eternidad. Unamuno, obsesionado por la incógnita de la muerte, no la ve como el fin inevitable que desemboca en lo absurdo de la existencia, sino como una motivación a “querer vivir siempre”, como él mismo afirma: “yo no dimito de la vida, se me destituirá de ella”. Marx y Hegel, desde una visión un tanto mecanicista, veían la muerte como el tributo necesario que el individuo tiene que pagar a la especie. Para los pensadores de la escuela de Frankfurt la pregunta por la muerte va unida a un cuestionamiento ético. ¿Cómo hacer justicia a los ya irremediablemente desaparecidos? Llegará a preguntar Walter Benjamín. Para Horkheimer, la vida después de la muerte es “la esperanza de que lo injusto no sea la última palabra”, aunque es cuestionable tal afirmación, porque, ¿quién sabe con seguridad lo que espera al asesino después de la muerte?
No podemos tener experiencia directa sobre la muerte, pues morimos solos y a pesar de que existan historias y casos clínicos de personas que por así decirlo, “han regresado” de una muerte clínica, los casos no arrojan conocimiento suficientemente claro y preciso para poder argumentar testimonios sobre la vida después de una momentánea muerte.
Valverde plantea que existen dos actitudes fundamentales ante la muerte: pesimismo absoluto u optimismo absoluto. Persiste la pregunta de si la muerte es el final de todo, que en dicho caso toda la vida carece de sentido alguno, o la muerte es, desde una postura optimista “abertura dolorosa pero necesaria para la inmortalidad y la plenitud”. En el caso primero, la existencia humana quedaría estrechamente limitada a un discurso evolucionista, pues parece ser que estamos diseñados para, según plantea Le Pichón, después de una muy larga etapa de aprendizaje (niñez), convertirnos en adultos, reproducirnos y luego pasar a ser deshecho de la naturaleza, ya que hemos cumplido nuestra misión de procrear nueva vida para la supervivencia de la especie. En segunda instancia, si asumimos la muerte desde una postura optimista, seríamos partícipes de la visión de que la muerte no es destrucción ni fin de una vida, sino el paso necesario hacia la plenitud de la vida misma, hacia un estado donde el ser humano encuentra aquello que siempre ha anhelado, “la plenitud de la Verdad, del Bien y del Amor”, como plantea Valverde, la muerte, a pesar de su dramatismo y dolor, es el cumplimiento y plenitud de la vida misma.
Es cierto que desde una perspectiva metafísica y trascendental la muerte fisiológica no significa una destrucción total de la persona, pues como seres humanos que somos, el recuerdo del ser querido, sus vivencias y experiencias, quedan atadas a nuestra memoria haciendo más difícil el despido definitivo de la persona que ha muerto, pero no comparto, desde una visión filosófica el discurso de Valverde en donde él asume de la manera más natural un discurso en el que es vista como la puerta hacia un mundo ya probado e innegable en su existencia: “podemos vivir de una esperanza segura de alcanzar lo que no podemos menos de anhelar: la vida eterna en la plena posesión de la Verdad y del Amor”. Si bien es cierto que criticamos a los materialistas y a los existencialistas porque niegan tales discursos desde una opción volitiva e irracional, ya que no aportan ninguna prueba a sus argumentos ni tienen bases para decir que la muerte equivale a la nada, pero, y esta es mi discusión con Valverde, ¿y nosotros? ¿Poseemos tales pruebas, para que tales argumentos racionales cargados de “verdad y de amor” expliquen lo que viene después de lo impostergable? Me parece que no. Que también nosotros quedamos agarrados de “nada”, nada que para el cristianismo sería fe, a la hora de abordar un discurso antropológico-filosófico sobre la muerte, al menos desde la perspectiva por donde se inclina Valverde.
¿Será también cierto que la certeza de morir da a la existencia una seriedad que nos encausaría en una vida ética correcta? No al menos que se de el salto hacia la “nada” y la vida misma de cada individuo comience a conducirse como un camino hacia el encuentro del Dios cristiano, el Dios que también desde la “nada” resucitó, sin dar explicación racional alguna, más que algunos escritos que quedaron en la posteridad, al único “mortal” que resucitó de entre los muertos y que se limitó a contar su experiencia después de la muerte ya que su discurso estaba dirigido para la plenitud de la vida terrena aunque esto desembocara, para los que creyeran en él, en el salto hacia una vida futura no sin haber cruzado por la inevitable y segura compañera de camino, la expiración a este mundo que es el único camino seguro, aunque incierto “hacia un futuro mejor”.



[1] SAN FRANCISCO DE ASÍS, Cántico de las criaturas, 2 Cel 213
[2] C. VALVERDE, Antropología Filosófica, Edicepi, 2002, pp. 243-266
[3] "Muerte y agonía". Microsoft® Encarta® 2007 [DVD]. Microsoft Corporation, 2006.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo irónico de la muerte está en que ella existe para que otros no existan. Ahí está la dificultad: cuando existimos ella no existe, cuando ella existe nosotros no existimos. No hay nivel intermedio.
La muerte es realmente insondable.

El único modo por el que la conocemos es gracias a su evidencia sensible e intelectual. Sensible en cuanto su presencia nos arrebata el ser, intelectual en cuanto la conocemos como mero concepto.
Fco. Javier Soto Machado newsbert@hotmail.com

Anónimo dijo...

La muerte es un tema que he meditado durante muchos años, y al final logré sacar algo en claro: Sin Dios no tiene sentido nada.
Lo que quiero decir es que la muerte no tendría porque existir en la naturaleza, hay arboles que viven hasta 2000 años. Solo si nos sirviera como medio para educarnos, para prepararnos, tendría cierta lógica.