lunes, 26 de noviembre de 2007

POSTMODERNIDAD Y CRISTIANISMO

POSTMODERNIDAD Y CRISTIANISMO
José María Mardones
Comentado por Luis Manuel D. Cornelio

He elegido este libro, porque me parece que su planteamiento es una especie de carga conceptual que debería de acoger para mí mismo, aclarando así mismo ideas, tendencias y situaciones, teniendo todo esto muy en cuenta para saberlo usar en el camino que hasta hoy he elegido llevar, seguir a Cristo desde la vida consagrada.

Antes que nada debemos de aclarar que la postmodernidad no es una época nueva, sino, más bien la reescritura de ciertas características que la modernidad había querido o pretendido alcanzar, particularmente al fundar su legitimación en la finalidad de la general liberación de la humanidad.

Debemos de ser cocientes del alcance del desafío postmoderno, por ende reconocer que la postmodernidad viene caracterizada por un proceso de racionalización, es decir, ve a la sociedad y al hombre sometido, en el correr de los siglos, a una configuración mental, de comportamiento y de motivaciones que tienen su correspondencia estructural en instituciones y modos de organizar la producción y la administración pública. De tal forma reconocemos que la postmodernidad está caracterizada por la aparición de “esferas de valores” o dimensiones de la razón y su creciente autorización. Esta diferenciación de la razón conduce a su fragmentación o desintegración y al creciente dominio, bajo las circunstancias de la revolución industrial, de la racionalidad científico-técnica. Partiendo de estos parámetros la visión del mundo (cosmovisión) es totalmente descentrada, desacralizada y pluralista. Ya no hay, en consecuencia, un centro, una ideología única. Aparece entonces el relativismo y se comienza a cuestionar la posibilidad de un fundamento, una verdad. Estamos, en consecuencia, frente a una sociedad politeísta de valores, donde se podría afirmar incluso, que Dios ha muerto, y que no es más que uno, entre varios dioses.

Nietzsche fue el primer pensador que atisbó la llegada de una época en la que, más allá del descenso sociológico de la creencia en Dios, acontecería su muerte cultural y conceptual. La postmodernidad recoge la bandera nihilista izada por Nietzsche y declara llegado ya, el momento de tomar en serio esta muerte cultural- conceptual de Dios. No se trata de un ateísmo cualquiera o de la irreligiosidad sin más, sino de la desaparición de Dios y su rastro.

El autor nos plantea claramente dos ateísmos. El ateísmo clásico, que representaba la reacción humanista frente a la concepción alienante de la religión y de Dios. Frecuentemente se presentó una imagen de Dios como contrincante del hombre. En esa situación, religión y proyecto humanista eran antagónicos. Un modo de afirmar la tierra y al hombre arrojando a Dios y a la trascendencia. Este ateísmo, está guiado por un proyecto; unos ideales de cultura y sociedad donde el hombre es realmente el responsable de su construcción. Para ello el énfasis en la razón, sobre todo científica, y en la organización racional de la sociedad y la política proporcionarían el camino hacia una mayor libertad y emancipación del hombre hacia una sociedad más solidaria, justa e igualitaria. Ahora, vemos otro ateísmo (postmoderno), marcado claramente por el abandono y confrontación de este humanismo moderno. Para el pensamiento postmoderno, “la muerte de Dios” representa, a la vez, la liquidación del humanismo. Un desencantamiento del mundo total. No sólo en el sentido de la pérdida de la centralidad de la religión, sino también en la desaparición de sus funciones sociales legitimadoras. Este ateísmo representa el fin de todo proyecto y orientación humanista. Sencillamente si no hay Dios, no hay sentido alguno. Accedemos a través de la “muerte de Dios” al descubrimiento de la inexistencia de fundamento alguno donde asentar nada, llámese realidad, mundo, historia, razón, sentido…, o cualquiera de las grandes palabras que, a su vez, sostienen a otras, no menos importantes, como libertad, justicia y verdad. En conclusión, podría decir, junto con el autor, que el pensamiento postmoderno recoge la sensibilidad prevalente de nuestra sociedad y nuestra cultura. El ateísmo de hoy ya no es el prometeico (Feuerbach, Marx), sino el nietzcheano: Dios no es el contrincante del hombre, sino el imposible Absoluto que se nos desvanece en la experiencia radical de la relatividad de todo.

Es interesante resaltar, que el pensamiento postmoderno es expresión de la sensibilidad de una época amante de lo fragmentario, la diferencia y el acento puesto en la subjetividad. Nos preguntamos entonces, ¿Qué sugerencias y desafíos lanza al pensamiento a la práctica cristianas? Para responder éstas y otras posibles preguntas que puedan surgir, el autor nos sitúa en aquella actitud practicada por el Concilio Vaticano II, de diálogo con los signos de los tiempos. Tomando en cuenta este parámetro, debemos de entender que la teología trata de hablar de Dios directamente cuando de nuestras ideas y experiencias se trata, aunque, corre a su vez el peligro de olvidarse de que “son hombres los que hablan de Dios” (K. Bart). La teología (y todo hablar de Dios) vive bajo la tentación de este olvido. La cosificación de la representación produce entonces ídolos, que, son una blasfemia contra Dios. El pensamiento postmoderno con su énfasis en la desconstrucción, le recuerda a la teología que esta lucha no está acabada. En nuestra cultura moderna occidental y tecnificada, anida la tendencia a asegurar una teoría objetiva de la realidad, incluso Dios mismo. Estar despiertos, nos dice el autor, es necesario, pues este peligro supone una predisposición para realizar bien la tarea de hablar de “Dios” y para liberarse a sí misma de sus propios ídolos.

Está claramente marcada la contraposición del Dios de Jesucristo y el planteamiento postmoderno. Reflejado claramente en la negación de los pobres en el mundo postmoderno. “Tiene mucho de concepto límite y de paradoja”, nos dirá el autor. Pero, además del choque entre el entendimiento y la sensibilidad o imaginación humana, el Dios de los pobres ofrece la “alusión a lo concebible que no puede ser presentado”. Tras el choque y rechazo de que Dios aparezca en un primer momento rodeado de lo que parece ser su antítesis, en un segundo momento, lleno de amor y de compasión, se nos ofrece lo concebible que no puede ser presentado, porque vista la historia humana, dominada por la opresión y el sufrimiento, o Dios está con los de abajo, los sufrientes de la humanidad, con la caravana de los explotados y reventados de la historia, o simplemente “no hay Dios”. Me parece sumamente interesante, en lo particular, esta negación de Dios, con argumentos ávidos y llenos de teorías sobre la inexistencia de Dios. Y es totalmente claro, que negar y olvidarse de aquella masa que no cuenta, de marginados, olvidados e “imaginados”, como dijimos en clase, es negar en consecuencia al Dios que se ocupa de ellos, los pobres, es olvidar en otra forma al Dios que los rescata y que los pone por preferentes ante que a los poderosos.

La postmodernidad, se constituye como una propuesta de superación del pensamiento objetivo y funcional. Una propuesta que cristaliza en una nueva esperanza, una promesa que nace de las contradicciones de la modernidad, de la diferencia entre los ideales de progreso y emancipación y la situación real y además, de la negación, como dijimos anteriormente, del Dios cristiano. En consecuencia, la postmodernidad, apunta a una teología negativa e inexistente. La teología se ve desafiada a ser verdaderamente ecuménica, dialogada, plural, universal, pero a la vez, le agregaría yo, cautelosa y suspicaz, para no dejarse embaucar ni atrapar por las garras del pensamiento postmoderno. En otras palabras, se nos está pidiendo una radicalización del cristianismo, perder el miedo a salir de la cultura “occidental” primer mundista y clerical, y sumergirnos en una cultura más humana y necesitada, “tercer mundista” y olvidada. Esto sólo sucederá si el diálogo intercultural, que proponíamos anteriormente, junto con la teología cristiana, arraiga en la experiencia del Dios de los pobres, el Dios de Jesucristo. Se requiere, por tanto, la unión de la vida cultural, junto con la reafirmación del “Abba” y el reino de Jesús.

Nos preguntamos, a manera de conclusión ¿Qué futuro tiene el diálogo postmoderno con el cristianismo? Aterrizando a nuestra realidad y contexto dominicano, como país tercer mundista que somos, con carencias no sólo económicas abismales, sino con necesidades inacabadas de educación y conciencia clara, nos espera, sin querer o intentar ser pesimista, un futuro muy precario. Y es que debemos de tener claro que este diálogo no va a surgir desde la marginalidad de la institución, como ocurre en nuestro país, donde solo la cúpula de la iglesia habla sobre el tema con su más allegado, el gobierno. Donde a cada instante se habla de los pobres, sin los pobres, donde se discuten de sus necesidades, sin saber cuáles son sus vicisitudes. Me parece que es hora de despertar, porque no nos enfrentamos simplemente a una doctrina filosófica o a una manera de pensar de un grupo de personas. Nos enfrentamos, a mi parecer, a un estilo de vida, impuesto y expuesto, aceptado y llevado a estas alturas, por la mayoría, y es que el problema no radica en esto, sino en que quienes pagan las consecuencias de estas decisiones llevaderas e impuestas, son los pobres, los imaginados, los inexistidos.

0 comentarios: