jueves, 5 de junio de 2008

Metafísica y trascendencia en Emmanuel Lévinas

En Totalidad e Infinito Lévinas busca una instancia pre-originaria donde situar una ética anterior a toda mediación conceptual. El genio maligno cartesiano – que en Lévinas podríamos llamar el Otro[1] - surge desde la mirada del impotente, del que sufre y necesita acogida y hospitalidad.

Desde esta indigencia se abre un mundo absolutamente silencioso al que al parecer no tenemos acceso a partir de la palabra, resultando este mundo, para el mismo, anárquico, sin principios y sin comienzo. Este reconocimiento del Otro es también además una postura ética-metafísica[2].
Si existen razones – plantea Lévinas - por las cuales el “dispositivo” metafísico debería caer en la sospecha, es porque se apoya sobre un terror silencioso, a saber, la exclusión de la alteridad o de la diferencia. Lévinas reconoce que en la tradición filosófica hay filósofos, como Platón y Plotino, que han apuntado al Bien más allá de la esencia o al Uno más allá de la mente, pero, ¿esto supone renunciar a la filosofía?

En este punto nos preguntamos ¿qué es metafísica para Lévinas? La mayoría de los posheideggerianos han preferido el término ontología antes que el de metafísica, en Lévinas ocurre lo contrario. Su pensamiento persigue desmantelar el privilegio de la cuestión del ser y de la ontología.[3] Es interesante observar que ya desde el primer capítulo de Totalidad e Infinito Lévinas preste gran atención a la metafísica como precedente de la ontología, pero, ¿qué persigue? ¿Qué se propone? Lévinas desea llamar la atención sobre el hecho de que la tradición filosófica occidental ha estado fundamentada sobre el primado de la ontología, que centrada en un proyecto de inteligibilidad y por consiguiente, de dominación, descansa sobre un olvido esencial y represivo “una reducción del Otro al mismo”. Hasta este momento se podría pensar que Lévinas reanuda la crítica heideggeriana del platonismo y de su reducción del ser al eidos, [4] sin embargo no es el olvido del ser de lo que Lévinas pretende hablar sino del olvido del Otro.
La mirada puesta sobre el mismo, único centro de toda alteridad considerada como desperdiciable y molesta, equivale, a los ojos de Lévinas, a neutralizar al Otro que queda entonces sin voz y despojado de su individualidad. La neutralización del Otro que ocurre cuando este llega a ser tema u objeto es precisamente su reducción al Mismo. Conocer, entonces, equivaldría a aprehender el ser a partir de nada o llevarlo a la nada y quitarle su alteridad.
La obra de la ontología – sostiene Lévinas – consiste en tomar al individuo (lo único que existe) no en su individualidad, sino en su generalidad.[5] Todo pensamiento ontológico es pensamiento de la inmanencia, de lo mismo, en contraposición al pensamiento metafísico que descubre la trascendencia de lo Otro.

Antes de continuar, una pequeña observación. Si asumiéramos por un momento que el pensamiento de Lévinas no está apoyado en la universalidad de la razón ni en la objetividad de la totalidad sino en la interpelación obsesiva del Otro, como señala el mismo Guillot en su introducción a la versión castellana de Totalidad e Infinito: “¿no necesitará (el ser humano) un lenguaje más cercano a lo profético que a la neutralidad razonable de los tratados filosóficos?” Si bien es cierto que Lévinas supera en forma y contenido el discurso sobre el Otro que en Marcel y en Buber es considerado como lenguaje teológico o casi místico, no es menos cierto que el discurso filosófico de Lévinas, en ciertos momentos, se acerca a una lectura casi subjetiva y teológica en la epifanía del rostro. Para algunos la nobleza que caracteriza la metafísica-ética levinasiana puede ser considerada, en un primer acercamiento, como ingenua o como una teología encubierta que hace referencia en última instancia a la trascendencia[6], pero por tal razón no debemos dejar de reconocer su fundamento filosófico.

Considero que aunque Lévinas no es consciente de algo tan propio como las pasiones del ser humano, y pese a que el trato de estas no es el punto más fuerte de su pensamiento, él despega su argumentación metafísica de algo tan humano como el gozo para explicar lo que sería un salto hacia la trascendencia desde el Deseo. Pasemos pues, al siguiente apartado, donde veremos el gozo y el Deseo.

[1] Al respecto Lévinas plantea: “Es posible que un mundo absolutamente silencioso, al que no tuviésemos acceso a partir de la palabra, sería anárquico, sin principios ni comienzo. (…) El mundo silencioso es un mundo que nos viene del otro, aunque sea genio maligno”. Emmanuel Lévinas, (1979). P. 113 Más adelante tocaremos lo que hemos llamado el genio maligno levinasiano, el Otro.
[2] Ética y metafísica vienen a significar lo mismo. Para Lévinas la ontología aparece como un asunto “imperialista” y “tiránico”. Para combatir este imperialismo ontológico Lévinas propone con toda tranquilidad invertir los términos. Cf. Lévinas, Totalidad e Infinito, p. 54. A la primacía del mismo Lévinas opone la de lo Otro y a la primacía de la ontología opone la de la ética o la de lo que él llama naturalmente metafísica. Cf. Jean Grodin, (2006). P. 377.
[3] Jean Grodin, (2006). P. 377
[4] E. Guillot, (1977). P. 67.
[5] Emmanuel Lévinas (1977). P. 68
[6] Emmanuel Lévinas, (1977) p. 38 Aparece en la introducción de E. Guillot a la versión castellana de Totalidad e Infinito.

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