jueves, 5 de junio de 2008

Una comprensión de Occidente: entre Atenas y Jerusalén en Levinas

Dos raíces fundamentaron el pensamiento de Lévinas y trajeron como resultado el intento de una simbiosis filosófica en la que surge una comunión que signifique complementación y no exclusión. En primer lugar, el modo propio de pensar la filosofía occidental, el logos de la identidad y el retorno a sí mismo, cuya figura, Ulises “héroe del logos griego” y de “la fenomenología del Espíritu hegeliana” señala un proyecto, la vuelta a Itaca, la vuelta a su lugar de origen, la conversión del Espíritu a sí mismo tras una salida de sí que se vive como aventura, como experiencia y alienación. Por otro lado tenemos la figura de la actitud judía, Abraham frente al cálculo del fértil en astucias y la insensatez escatológica y profética de quien sale de sí, no para el enriquecimiento de su identidad económica, sino hacia la desconocida tierra prometida. La herencia judía levinasiana la entendemos como ética que bebe de las fuentes de la teología fundamental judaica, como un discurso sobre el Otro que se convierte en responsabilidad infinita y cuya imagen, el patriarca Abraham, es figurado dejando atrás su hogar y dirigiéndose a la tierra prometida.

Atenas y Jerusalén no son dos tradiciones contrapuestas. Aunque tras el holocausto la concepción filosófica de Lévinas sobre occidente se hizo más intensa y trágica[1], su respuesta a tal acontecimiento supuso una profundización en la tradición judía para elaborar un pensamiento que contraste con el ser y el logo de la filosofía occidental poniendo de relieve que la riqueza de esta reside en la amalgama que tiene que llegar a ser integración armoniosa: desde la tradición hebrea, basada en el pasado y en la transmisión de una tradición que se renueva y va encontrando constantemente la novedad. A esta riqueza se debe sumar la tradición griega en una lectura que pretende lograr la claridad. Ambas aventuras para Lévinas, son inseparables.
Nos preguntamos si lo planteado anteriormente supone para una antropología filosófica la aceptación de una reconciliación racional “fe y razón” en la que el ser humano acoja y se dirija, o mejor dicho, se deje acoger y permita, que se le revele la trascendencia que es el rostro y es Dios mismo.

Esta postura, admito, no me queda del todo clara en Lévinas pues este trata de sistematizar (occidentalizar y fundamentar) desde los parámetros de occidente, la teología judaica que supone de base una ética y un respeto hacia el Otro. Ahora bien ¿será necesario tener fe para reconocer al Otro? ¿Hasta qué punto es válido tal reconocimiento del rostro? Dos mil años del mandamiento del amor cristiano hacia el Otro parecen no haber tenido una gran acogida y la historia de la humanidad así lo demuestra. Una sistematización filosófica del amor cristiano ¿sí lo lograrán? ¿Qué tan profético y místico es el lenguaje levinasiano? ¿Qué tan sistemática y filosófica es su propuesta ética de la alteridad? Lo que sí parece cierto es que Lévinas mismo apunta a un pensamiento Atenas-Jerusalén, que podría sugerirnos una respuesta, fe y razón no deberán soltarse de la mano.
[1] Julia Urabayen, (2004). P. 315

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