jueves, 5 de junio de 2008

El genio maligno cartesian en Emmanuel Lévinas

Esta rotura de la totalidad producida por el Deseo del mismo y la existencia del Otro que nos encara y nos grita “¡no me matarás!”, ¿es Otro descubierto por el yo o es otro que se revela a sí mismo? Para responder a esta pregunta Lévinas nos propone la siguiente metáfora: imaginemos un mundo absolutamente silencioso[1] al que no tuviésemos acceso a partir de la palabra, ¿cómo sería este mundo? Posiblemente sería anárquico y sin principio, y en él, el pensamiento no tropezaría con nada sustancial, el fenómeno se degradaría en el equívoco y en la sospecha del genio maligno.

Probablemente este ser extraño no se manifestaría para decir su mentira, al contrario, al mantenerse como posibilidad incierta que calla y aguarda, sospecharíamos de él.
Y es que - al menos así lo entiendo yo – un estado en el que no podamos obtener respuestas, en el que ignoremos en lo absoluto cuanto sucede, en el que tengamos que suponer, en vez de afirmar, supondría la existencia de un mundo que mortificaría al ser humano y que haría in-placentera su estancia en él. Pero, ¿a dónde quiere llegar Lévinas con esta metáfora de palabras? Me parece sencillamente genial, pues ese mundo silencioso que señala Lévinas, “es un mundo que nos viene del Otro, aunque sea genio maligno, porque el silencio no es simple ausencia de palabras pues la palabra está en el fondo mismo del silencio”. Si Descartes busca una certeza y en su búsqueda se detiene en el primer cambio de este descenso vertiginoso, “el sujeto posee la idea de lo Infinito”, y esto es ya haber recibido al Otro.

Para argumentar la revelación del Otro, como hemos visto, Lévinas recurre a la idea cartesiana de Infinito. Observamos entonces que su procedimiento metodológico para justificar la existencia del Otro y su revelación hacia el mismo proceden de una observación desde la racionalidad en la que el mismo debe sustituir la idea de Infinito, que para Descartes se encuentra en el sujeto y le hablan de la existencia de Dios, por la presencia agresiva del Otro que le interpela y le proclama a viva voz, “¡no me matarás!” Este descubrimiento del Otro - en términos levinasianos – es una revelación en la que el sujeto termina siendo un rehén elegido por el Otro. Nos preguntamos entonces si no termina recurriendo Lévinas al mismo punto de partida que han tomado ciertas antropologías, en especial la cartesiana, en la que la duda y la idea de Infinito juegan un papel preponderante. Parecería como si una nueva dicotomía filosófica estuviera a punto de surgir, ya no la del empirismo y el racionalismo sino la del mismo y la del Otro.
[1] Emmanuel Lévinas, (1977). P. 113

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