El ser humano, como tal no prescinde, para ser reconocido como persona y como Otro que merece ser acogido y escuchado, que su existencia y evidencia sea aprobada por el sujeto pensante. La relación con el Otro no hace referencia a una ontología previa, sino que rompe el “englobamiento” totalizante y totalitario de la mirada formal e ingenua del sujeto que intenta apresar en categorías teóricas lo desconocido. La revelación del Otro se abre a modo de responsabilidad hacia una persona inenglobable, vaciada a lo Infinito, en una exterioridad que va más allá de la objetividad.[1]
Desde una lectura antropológica y ante la noble propuesta anti-totalizante entre las relaciones humanas, nos preguntamos si no obvia Lévinas el tema del conflicto como una de las formas de la intersubjetividad, tema que ha sido muy tratado en la literatura y en la reflexión filosófica. Somos conscientes de que toda la historia humana es testigo de que los sueños utópicos de una convivencia gobernada únicamente por el afecto y por la amistad, - o como es en nuestro caso, por las derivaciones filosóficas que nos señala la epifanía del rostro – por estructuras perfectas y por un diálogo que resuelva todos los problemas, se ven continuamente contradichos por la conflictividad. Hegel, Marx y Sartre, grandes expositores en la filosofía del tema del conflicto, le dan gran importancia a este como forma fundamental – e inesquivable diría yo – de la convivencia humana. ¿No pasa Lévinas por alto este fenómeno de la sicología humana? Para Hegel, por ejemplo, la conciencia egológica tenderá siempre al poder y a la afirmación de sí a costa del Otro. Para Marx, el transcurrir mismo de la historia es una consecuencia evidente de un mundo que se mueve entre las luchas de clases.
A pesar de esta pequeña observación consideramos como un rasgo fundamental el reconocimiento del Otro y la incuestionablidad de su dignidad como ser humano ante el asecho despótico del todo. Sigamos pues descubriendo los rasgos fundamentales de una antropología filosófica fudamentada en la epifanía del rostro y en la crítica que supone para la filosofía occidental tales planteamientos.
[1] Aguirre y Guillermo, (2006). P.34.
jueves, 5 de junio de 2008
El ser humano se revela a sus semejantes y no es tematizable
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