Lévinas es consciente de que no todo es tan sencillo como parece, pues no sólo está el yo y el Otro, sino que es innegable la existencia de un tercero que condiciona las reglas del juego y que instaura la justicia. Lévinas reconoce que aunque no sólo somos hijos de los griegos, tampoco es lícito afirmar que sólo somos hijos de la biblia. Este giro filosófico de la filosofía que des-importantiza el conocimiento y prioriza el reconocimiento del Otro no pretende ser el fundamento de una sociedad en la que las conclusiones personales entre el mismo y el Otro definan arbitrariamente la sociedad.
Una teoría de la justicia en el estado es necesaria y la misma epifanía del rostro así lo demanda porque:
No somos tan sólo hijos de la Biblia, sino también hijos de los griegos. Para comparar a los otros es necesario que alguien juzgue, para juzgar hace falta una institución y, para que haya una institución se requiere un Estado. La justicia del Estado es una mengua de la caridad y no, como creía Hobbes, una atenuación del hecho de que el hombre es un lobo para el hombre.[1]
Es evidente cómo la ética levinasiana se convierte también en una ética de la justicia, pues el ser humano, en cuanto ser social, no puede escapar al hecho de emitir juicios, comparar y a juzgar. Es necesaria la presencia de un Estado que sea garante de la seguridad, a pesar de que en esta forma se nos prive en parte de nuestra libertad. Para Lévinas la existencia del Estado tiene que ser necesariamente democrática porque “sólo en un estado fiel a la justicia existe la preocupación de revisar la ley”.
Continuando con las consecuencias éticas de sus planteamientos filosóficos, Lévinas acentúa que el conocimiento es quien está al servició del ser humano y no la inversa, por eso aunque seamos una sociedad con leyes, lógica y ciencia, es decir, todo aquello que hemos heredado de Grecia, no debemos incurrir en el error de poner por encima tales elementos y restarle importancia a la caridad, la solidaridad, al prójimo, en fin, a todo aquello que nos otorgó Jerusalén y las sagradas escrituras.
Ahora bien, cuestionamos si verdaderamente es posible la construcción de una moral, una ética, una justicia en el estado, sin una razón universal. Aunque reconocemos las consecuencias negativas que provoca la búsqueda de un discurso totalizante y la pretensión de la ciencia y de la antropología moderna de postular enunciados universales que objetiven las distintas culturas y formas del pensamiento humano, no debemos excluir por ello que hay planteamientos – como señaló el filósofo Maceiras en su breve ponencia sobre la posmodernidad en el Instituto Filosófico Bonó (marzo de 2007) – como la idea del bien, la justicia, la equidad o la verdad sobre la mentira, que poseen, o al menos deberían poseer carácter de universalidad. No queremos insinuar que Lévinas cae en una especie de nihilismo o de relativismo occidental, pues su teoría ética apunta todo lo contrario, pero sí deseamos destacar que su negatividad radical sobre el tema de la universalidad de la razón, sugiere en cierta medida un pesimismo hacia una concreción de una humanidad con ideales universales y válidos para todos.
[1] Emmanuel Lévinas, (1990). P. 14
jueves, 5 de junio de 2008
La epifanía del rostro y su consecuencia ética en el estado: la justicia
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Levinas
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