La idea de Infinito se revela y se hace presente a través del rostro del Otro pues el rostro manifiesta de forma privilegiada la presencia del Otro sin embargo el conocimiento que podamos tener de la trascendencia del rostro no es un conocimiento objetivo – procedente de la forma y la medida de la mirada que contempla - sino excepcional, constituye la experiencia por excelencia y esto porque la idea de Infinito, revelada desde la epifanía del rostro, rompe el orden inmanente, el orden que yo puedo abarcar, pensar o poseer.
A partir de la epifanía del rostro se llega a captar el Infinito de la divinidad. Lévinas descubre precisamente en la mirada del Otro la llamada de Dios a no abandonar a aquél que me necesita. Para Lévinas responder al Otro es también responder a Dios, por ello él llamará religión a la relación con el Otro. En ese mismo sentido Lévinas define como religión a la “ligadura que se establece entre el Mismo y el Otro, sin constituir una totalidad”. El rostro del Otro en sí, posee una dignidad comparable a la de lo sagrado y a la de Dios mismo. A pesar de la venida ética, revelada en el rostro, Dios y el hombre quedan finalmente desconocidos: “Dios se comunica, pero no se auto-comunica; el rostro habla, pero no dice su nombre”.
En el transcurso de nuestro trabajo hemos ido avanzando desde El Quijote que nos descubre la modernidad hasta la concepción metafísica levinasiana y su rotura de la totalidad mediante la revelación del rostro, sin embargo, nos preguntamos nuevamente y con la intención de sintetizar mejor la idea: ¿cómo es posible que el mismo llegue a captar al Otro, exterior y trascendente y que a pesar de su exterioridad los términos lleguen a entrar en relación en el cara-a-cara? Pues bien, el mismo puede captar al Otro trascendente porque la presencia del Infinito tiene lugar en él - como planteamos anteriormente -, como revelación y no como develamiento. De ahí observamos tres consideraciones. En primer lugar, que la idea de Infinito nos llega del Otro, del exterior. Es él (el otro) quien inicia el movimiento, no el sujeto. No es el mismo quien le otorga validez existencial al Otro sino la inversa. En segundo lugar, el Infinito se manifiesta a pesar de cualquier posición que hayamos tomado con respecto a él, y se expresa – viene a mí – como imponiéndose de forma inesperada, esto es a lo que Lévinas denomina obsesión[1]. Finalmente, que la idea de Infinito se revele quiere decir que el Infinito se manifiesta presentándose él mismo en la idea que anuncia, como presencia viva que sostiene su propia manifestación.
[1] Aunque no le dediquemos un apartado a este término, obsesión, lo explicamos brevemente. Obsesión es el estremecimiento que provoca en la subjetividad la “indiferencia no indiferente” propia de la proximidad. Para Lévinas, por mucho que filosofemos sobre el mal y sus explicaciones, las entrañas se nos seguirán removiendo ante el sufrimiento de alguien porque la obsesión es más fuerte que toda explicación racional y la razón no puede acallar la impotencia de nuestro sentimiento. Cf. Marta Palacio, (2007).
jueves, 5 de junio de 2008
La epifanía del rostro en Emmanuel Lévinas
Etiquetas:
Levinas
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